NOVIEMBRE DUELE.
Huracanes de lágrimas inundaron las calles del caimán, millones de corazones sintieron un dolor jamás conocido, nadie podía creerlo, un silencio angustioso llenó los hogares, el tiempo se detuvo, el aire decía su nombre.
El pueblo fue a la plaza, todos querían estar ahí, despedir al hombre que les dio dignidad, no había palabras, solo nudos en las gargantas.
La caravana marchó tan triunfal como el primer día, invicto regresaba. De cada lado de la carretera un mar de pueblo, niños, jóvenes y abuelitos, todas las generaciones en fiel encuentro para dar el último adios.
En el kilómetro más apartado había un cubano digno.
Fidel, padre, te recuerdo con alegría aunque lloro tu partida, hombres como tu no mueren, se impregnan en la piel de un pueblo que decidió seguirte en la tormenta y en la calma. El pueblo que hoy te siente y te vive, porque tu sigues siendo la luz en medio del oleaje tempestuoso y la brújula que orienta. Al seguirte, me sigo y se acrecenta en mi ser, la disposición de decirte: Comandante en jefe, Ordene. Los agradecidos te acompañan y los no tanto te recuerdan, el ejemplo fue y es capaz de doblegar montañas de injerencias y hostilidades, porque multiplica en millones un ideal que ciñe en historias de sacrificio y heroísmo la dignidad de un pueblo entero.
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